El Campanario de Saucelle              

            17-02-2002. Seguimos en nuestro empeño de continuar ascendiendo por la rivera del Huebra con el fin de explorar estos arribes que, al contrario de los del Duero, aun no han sido domesticados por la constante ampliación del espacio anegado por la construcción de  presas hidroeléctricas. Nos proponemos hoy avanzar desde el Puente de La Molinera hasta donde nos sea posible. Formamos el grupo: Manolo Zapatero, Cesar el Panadero, Juanma el del Milano y Luis de Julio. Dejamos un coche en La Molinera y otro en Saldeana con la esperanza de que podamos llegar hasta allí aunque sabemos que éste tramo es el más escarpado de todo el río.

            La mañana se presenta soleada aunque durante la noche ha helado y el frió se hace notar cuando en torno a las 9,30 comenzamos a andar desde el Puente de la Molinera por el margen derecho del Huebra. De todas formas vamos ligeros de ropa por que sabemos que más tarde no la vamos a necesitar.

            Estamos en invierno pero es ahora cuando los almendros,  en aquellos lugares donde aun quedan restos de su cultivo, donde no se han quemado o donde han vuelto a crecer bravíos, muestran más esplendoroso su manto de flores blancas. Aunque no hay muestras de incendios recientes, la ausencia de árboles de gran porte nos recuerdan que en algún momento las llamas han arrasado estos lugares. De todas formas aun podemos contemplar encinas, enebros, hojaranzos, moreras, quejigos, higueras, ..y todo tipo de arbustos.

            Caminamos los primeros cientos de metros a través de pronunciadas pendientes por las que podemos avanzar gracias a  los senderos marcados por el ganado vacuno, aunque nos parece mentira que éste pueda descender hasta lugares tan inhóspitos. Mas adelante ya solamente encontramos algunos restos de actividad humana hace tiempo abandonada. Así, podemos sentarnos junto apriscos y pequeñas cabañas preparadas para guardar las crías de las cabras con el fin de resguardarlas de las alimañas hasta ser llevadas al terminar la jornada de pastoreo hasta las majadas de la llanura. Seguimos nuestro camino al lado mismo del agua hasta que la dificultad del terreno nos hace ascender hasta los mas alto de la ladera. En estos momentos el esfuerzo nos ha proporcionado el suficiente calor como para no necesitar las ropa que dejamos en el coche.  Aun no hemos llegado a lo alto de la falda cundo  vemos que el Huebra se quiebra en una gran curva. Estamos frente al llamado Campanario de Saucelle y decidimos que la mejor manera de pasar es volver a bajar al cauce del río. Así lo hacemos y nos damos cuenta de que hemos avanzado unos escasos 500 metros desde el lugar donde lo abandonamos anteriormente.

            Ahora ascendemos por el lecho mismo del río, unas veces saltando y otras trepando por las abundantes peñas, contemplando la enorme erosión que sobre ellas ha producido el agua. Al igual que en el tramo que Manolo y yo hicimos más abajo de La molinera, podemos ver ingentes cantidades de redondeadas piedras similares a grandes huevos de granito; algunas de ellas tienen la forma de una esfera casi perfecta. Alguien propuso llenar  las mochilas para llevarlas de adorno. Entre bromas de ese tipo decidimos que es el momento de comer algo y tomar una pinta del fresco vino de la bota. Paramos sobre una gran peña al lado de una pequeña cascada y cortamos un trozo de salchichón, poco para llegar con hambre a la hora de la comida.  Además, Manolo nos hace creer que nos hemos dejado la costilla , la panceta y el chorizo en casa y llegamos a pensar que tenemos que racionarlo.

            Continuamos nuestro camino sorteando las grandes rocas entre las que discurre el agua, tranquila gracias a  la falta de precipitaciones durante este año, hasta que llegamos a un piélago que nos corta el paso. Manolo se arriesga y pasa junto al agua pero el resto decidimos bordear la zona por la ladera. Solamente habíamos llevado dos litros de agua y aprovechamos a beber en un pequeño manantial que surgía de la hendidura de una peña y empezamos a comprender que íbamos necesitar racionarla más adelante. En cierto momento perdimos el contacto con Manolo y llegamos a preocuparnos. Sin embargo finalmente fue él quien tuvo que orientarnos para bajar al río ya que avanzar por la falda se nos hizo imposible. Así llegamos hasta el  Campanario de Saucelle. Este es un lugar verdaderamente espectacular y hermoso donde el Huebra forma una profunda hoz. Creemos que el nombre se debe a una gran torre granítica que se eleva desde el mismo cauce del y separada del resto de la orilla. El recodo que forma el río está ocupado por un gran piélago al que cae el agua suavemente después de deslizarse por la pulida superficie de una un lastrón que atraviesa casi todo el lecho. Nos imaginamos la violencia que se desencadenará aquí cuando el cauce de agua se el habitual de un periodo lluvioso. En la misma curva y en el margen izquierdo de ese gran pozo se ha formado una relativamente amplia meseta elevada unos diez metros sobre el nivel del agua y, después de todo lo andado, sentimos una sensación extraña al andar por una superficie plana pese a estar rodeados de enormes farallones. Allí vemos unos excrementos de cabra que no nos explicamos como han llegado pero que nos animan a continuar ya que pensamos que si el ganado a pasado por estas piedras nosotros también lo haremos.

            Ya es la hora de comer pero decidimos continuar hasta que veamos que no podemos seguir por el cauce y haya una salida asequible hasta la altiplanicie. Allí mismo y hacia Barruecopardo se halla el arroyo de Ferradores. Nos parece que puede ser una salida de dificultad mediana pero pensamos que aún es demasiado pronto para salir del río. Mas tarde nos arrepentiríamos de haber apostado por seguir. Cuando habemos caminado cerca de dos kilómetros comenzamos a temer que la salida no va a ser tan sencilla pues vemos que el cauce está cada vez mas encajonado entre paredes casi verticales. Finalmente, el agua nos corta el paso. Por la orilla de Bermellar unos impresionantes cortantes  dibujan un infranqueable muro en la línea del cielo. La única salida es volver sobre nuestros pasos hasta el arroyo de Ferradores o intentar bordear el gran pozo que nos impide el paso e intentar subir por el arroyo de la Huerta. Optamos por esta última solución pero en cierto momento cometemos el error de sentirnos lo suficientemente fuertes como para ascender hasta la planicie siguiendo una dirección  totalmente vertical. Además ya nos hemos hecho a la idea de que no podemos pararnos a comer hasta que no hayamos salido de lo que empieza a ser una ratonera.

            Cuando llevamos empleada más de una hora escalando aun no hemos sorteado ni la mitad de la pendiente. Cesar y yo comenzamos a mostrar signos de estar cansados y en algún momento realmente agotados. Además ya no tenemos agua y la sed comienza a hacer mella en nuestro animo. Cuando llevamos casi una hora trepando entre la maleza y las rocas, Cesar se da cuenta de que ha dejado su gorra sobre una peña a la orilla del río. Lo ha acompañado desde hace 15 años en todas sus salidas al campo pero ni se nos ocurre volver a buscarla. Pero lo peor de todo es la incertidumbre de no saber lo que nos espera más arriba mientras miramos temerosos los enormes riscos que ascienden por la otra orilla. Comenzamos a hacernos a la idea de que es posible que tengamos que volver sobre nuestros pasos pero continuamos ascendiendo, ahora ya con la ayuda de una cuerda que, en previsión de que pudiéramos afrontar alguna emergencia, hemos traído. A partir de aquí esta será nuestra más inseparable amiga y al mismo tiempo la que nos invita a  ir arriesgando cada vez más. Juanma y Manolo lo hacen  en varias ocasiones para poder afianzarla en lugares seguros. Cesar tiene la camiseta empapada de sudor y, previsor, ha traído una de repuesto pero, cosas del destino, ésta a quedado olvidada en algún lugar haciendo compañía a su gorra.

            Son las cinco de la tarde y, después de dos horas de ascensión arrastrando cansancio, sed, hambre -a pesar de llevar las mochilas llenas de comida- e incertidumbre, llegamos hasta lo que creemos que es el último escollo para salir de la ratonera en la que nos hemos ido adentrando. Frente a nosotros tenemos una verdadera pared formada por enormes bloques de granito totalmente lisos. Su altura es de unos cinco metros y está franqueada a la izquierda por un enorme espigón de grandes rocas rodeadas de zarzas completamente inexpugnable. A la derecha ya hemos visto que ascendemos paralelos a un profundo precipicio que se extiende hasta una poblada colonia de buitres cuyo vuelo bajo nuestros pies nos hace pensar en malos augurios. Durante un buen rato nos movemos de un lado a otro hasta llegar a sentirnos acorralados por el espacio que nos rodea. En la esquina izquierda del muro que nos impide salir vemos una especie de cueva formada por el derrumbe de un bloque de granito sobre otro. Manolo apoyándose en sus paredes casi consigue llegar hasta la parte superior pero a menos de dos metros de la superficie  la excesiva inclinación la última roca se lo impide. Además, una de las piedras a la que se agarra comienza a desplazarse hacia él y a duras penas consigue sujetarla para que no lo aplaste. Tras este susto y cuando ya son las cinco y media, debemos decidir buscar otro camino. Yo soy partidario de bajar cuanto antes al río y, desandando nuestros pasos, intentar salir por el arroyo de Ferradores antes de que se nos venga la noche encima. Juanma y Manolo siguen empeñados en buscar una salida hacia arriba y este último, después de bajar unos metros por las lastras que nos habían llevado allí, escala por las rocas que nos separan del cortante del lado donde se encuentra la buitrera. Durante unos minutos, que se nos hicieron eternos, dejamos de verlo y de oír su voz. No contesta a nuestros llamamientos y los sentimientos de preocupación, incertidumbre y esperanza  se pueden ver en las miradas que nos cruzamos el resto de nosotros. Finalmente el milagro se produce y Manolo regresa para decirnos que por allí hay salida. No nos lo queremos cree ya que tememos llegar a otro escenario parecido al anterior. Pero ante la insistencia del que comenzamos a considerar como un salvador ( Cesar lo invita a una cena de lo que quiera si conseguimos salir por allí), decidimos seguirle auxiliándonos con nuestra inseparable cuerda. Inexplicablemente no encontramos gran dificultad para ascender estos últimos metros ya que el único peligro lo encontramos al cruzar por una peña totalmente colgada sobre el abismo pero lo suficientemente ancha como para no resbalar en ella.

            Cuando pisamos la hierba del llano por primera vez nos pareció una verdadera alfombra. Sentíamos una extraña sensación de bienestar al mismo tiempo que nos resistíamos a creer que realmente hubiéramos conseguido escapar del laberinto en que nos habíamos metido. Nos imaginábamos que si manolo no hubiese hallado esa salida, en esos momentos deberíamos estar bajando hacia el río muertos de sed, de cansancio y temerosas de no poder salir de día. Allí y dada la terrible sed que arrastrábamos, sentados en una piedra, nos tomamos el café mas exquisito que recuerdo. Lo llevábamos para después de la comida que no llegamos a preparar y de la que finalmente decidimos prescindir hasta que lleguemos a Cabeza del Caballo. Cesar se da cuenta de que hoy es el día de perder cosas ya que, además de la gorra y la camiseta, un podómetro que llevaba sujeto al cinturón se ha quedado en el camino. Recuerda que la última vez que lo vio fue a escasos metros del último esfuerzo que hicimos y casi está seguro dl lugar donde se le cayo pero, pese a que lo estrenamos aquél día lo damos por bien perdido antes de volver a recorrer la poca distancia que nos separa de él.

            Ahora ya solamente nos queda llegar hasta Saldeana . La distancia es aun grande pero pensamos que es mejor alejarnos del cañón del río para no volver a entrar en nada que se  parezca a un terreno escarpado. Para ello nos dirigimos hasta las minas de Barruecopardo para ir por la carretera e intentar que algún buen samaritano pasase por allí y quisiera llevar a uno de nosotros para recoger nuestro coche. Llegamos a la carretera a las siete de la tarde y no hubo más remedio que llegar hasta Saldeana andando ya que los pocos posibles samaritanos que pasaron lo hicieron en sentido contrario. Cuando llegamos ya era totalmente anochecido y ya solo nos quedaba volver a recoger el otro coche en La Molinera y regresar a nuestro pueblo. Allí nos dirigimos hasta el bar de la Patro y ésta se dignó amablemente a prepararnos en su cocina la costilla, la panceta y el chorizo que tan esforzadamente habíamos paseado por el Huebra.