02-04-03.  Hace tiempo que llevo esperando encontrar un día para hacer un recorrido que me propuse realizar cuando comencé la página del río. Me refiero al que discurre por la Rivera de La Cabeza. Parte de él ya lo conozco desde entonces pues hace unos tres años ya anduve desde el lugar donde esta rivera se une al río de Las Uces, un poco antes del puente de La Torita, entre Masueco y Pereña, hasta unas pequeñas y hermosas cascadas que hay entre este último pueblo y La Cabeza de Framontanos.

        Hoy Manolo me ha llevado hasta el pueblo de Ahigal de Villarino, lugar por donde discurre esta rivera después de nacer cerca de Puertas (ese tramo lo dejo para otra jornada). Desde allí pienso llegar hasta las pequeñas cascadas y seguir andando hasta Cabeza del Caballo pasando por el pueblo de la Peña. Calculo que hay más de treinta kilómetros y empiezo mi recorrido a las nueve de la mañana. Se que por esta zona hay varias fincas bastante grandes y que en ellas, aunque  no me espero encontrar con ganado bravo, seguro que hay partidas de vacas moruchas y cárdenas. En principio no deben suponer ningún peligro, siempre que no me encuentre con alguna recién  parida cerca de su cría.

      El día es perfecto para andar pues está medio nublado y no hace ni frío ni calor. Tampoco amenaza lluvia y el abundante agua caída durante el día 30 hace que la rivera presente un aspecto inmejorable para disfrutar de su color azul inundando la verde hierba de las lorillas y del sonido de su discurrir entre las piedras. Al contrario de lo que pensaba no me encuentro con grandes y llanos valles entre los que serpentea este ya significativo arroyo, sino que pronto me hallo saltando peñas y el agua va formando pequeños pozas  entre las mismas que van aumentando de tamaño a medida que me distancio de El Ahigal, hasta formar pequeños piélagos. Pronto comienzo a divisar las primeras puentes de piedra, tan abundantes en nuestras riveras. Procuro no separarme demasiado de las paredes, cercas y alambradas ya que si a algo le tengo miedo es a las vacas y a los perros. Llego a estar mas pendiente de encontrarme con unas u otros que de contemplar el paisaje por el que discurre el agua.

        Las fincas por las que paso son bastante extensas y algunas han sido cercadas recientemente. Pero cuando llego a una vieja pared de piedra, bien acabada y de una altura superior a lo normal, sé que me estoy adentrando en la dehesa de La Zarza de Don Beltrán. Me preocupa pensar que la altura de esta cerca sea debida a la presencia de ganado bravo pero me adentro confiado ya que veo que puedo bajar junto al cauce protegido por las abundantes peñas que va sorteando el agua. Paso cerca de una moderna nave agrícola y como escucho cercano los ladridos de varios perros me armo de un buen palo que me acompañará el resto del camino. Muy cerca de allí comienzo a ver como el agua se va remansando y presiento la cercana presencia de algún molino. Pero lo primero que diviso es la robusta silueta de un edificio de piedra sobre el que se alza una pequeña espadaña. Supongo que me estoy acercando al pueblo de  La Zarza de Don Beltrán y continuo junto a la rivera hasta que me encuentro con la presencia de un derruido molino cuya presa, sin embargo, se halla en perfecto estado. Ésta tiene una altura considerable y el agua que la desborda se precipita formando una bella cortina de plateados chorros que en seguida me presto a fotografiar. No había terminado de guardar la cámara cuando veo como sobre mi cabeza revolotean dos águilas ratoneras. Pienso que están inmersas en los habituales juegos  que forman parte del cortejo amoroso en el que se enzarzan numerosas aves en estos primeros días de la primavera. Sin embargo pronto puedo comprobar que loa que realmente están haciendo es intentar dar caza a un desesperado tordo que se deja caer a gran velocidad hasta los árboles de la orilla del agua. Una de las águilas lo sigue en su descenso a escasos centímetros de su cola pero ha de cortar el vuelo para no estrellarse contra las tupidas ramas de un sauce. Entonces de posa en una rama a escasos cinco metros de mí. Tiene la atención tan centrada en su cacería que no se apercibe de mi cercana presencia. Yo he comenzado a extraer de su funda la cámara fotográfica desde el mismo momento que vi a los dos ratoneros pero todo ha sido tan rápido y he de moverme tan sigilosamente que cuando la tengo dispuesta para tomar la deseada instantánea me doy cuenta de que no pasé el carrete cuando hice la anterior y mientras hago esta operación, el águila alza el vuelo confundiéndose entre las ramas de la abundante vegetación que nos rodea. No se me volverá a presentar mejor ocasión para tomar una una buena fotografía. Me quede unos momentos desconsolado y luego , maldiciendo mi falta de previsión, continué andando hacia el lugar donde antes había divisado la iglesia del que supongo que será un reducido caserío.

   La Zarza de Don Beltrán, de la que pronto buscaré más información, esta actualmente formado por unos cuentas casas abandonadas rodeadas de viejos corrales aún más desamparados. Como en el resto de los pequeños pueblos donde ya casi nadie vive, los tejados se han ido derrumbando y tras ellos el resto de la estructura, dejando en pie solamente las robustas paredes de mampostería de granito. De todas formas puedo comprobar que algunos edificios ,aunque cerrados, aun se conservan enteros. En el centro de lo que antiguamente fue un pequeño pueblo alguien ha construido una moderna  y espaciosa casa. Aunque destaca entre las viejas paredes solitarias, se ha mantenido el gusto por la piedra y no distorsiona demasiado en el entorno, algo que desgraciadamente no consigue una nave de bloques de cemento que se encuentra un poco más arriba junto al caserío. Aquella es la única vivienda habitada y, aunque no veo a nadie,  hay ropa tendida y escucho a lo lejos las voces de alguien llamado al ganado. Me limito a recorrer los aledaños de la vieja iglesia, plasmando su decrepito abandono con mi cámara. Sin embargo la iglesia misma se halla en buen estado pese a que se puede apreciar que su pronto destartalada puerta de madera hace años que no se abre. El portalito que la resguarda se halla totalmente invadido por la maleza que rodea a las gastadas piedras de varios poyos que antaño sirvieron como asiento de los fieles en la espera del comienzo de los actos religiosos. La espadaña es bastante baja y de factura muy rustica. Sin embargo emana una extraña belleza, acentuada por la gran cantidad de musgo y líquenes que cubren las viejas piedras del campanario, desde cuyo pináculo me contempla una confiada cigüeña mientras se afana en el cuidado de un enorme nido en el que ya debe estar pronta la eclosión de sus huevos. Permanezco la un buen rato tomando fotografías, contemplando con cierta tristeza todo este abandono e intentando imaginarme como sería un domingo cualquiera a la hora de misa en este lugar donde ya no queda ni gente para recordarlo.

              Retorno a la rivera y paso junto a ella bordeando una gran manada de vacas. Puedo comprobar para mi tranquilidad que la mayor parte son charolesas, aunque veo a lo lejos varias moruchas y alguna cárdena. Además aprovecho que están marchando hacia los tesos donde alguien las está llamando para echarles comida. Ahora el agua discurre durante grandes tramos por valles más llanos y así llego hasta la cerca donde termina esta dehesa. A mi paso alzan el vuelo numerosos ánades reales y chorlitos, mientras alguna cigüeña blanca busca su comida entre los lodos. Me extraña no haber visto ninguna garza aunque supongo que debe de haberlas dado su creciente número en toda nuestra zona. Los espinos comienzan tímidamente a cubrirse de flores  mientras los no muy abundantes endrinos ya las van perdiendo. Aun es pronto para que los robles comiencen a tener hojas pero ya se puede ver como los más tempranos van abriendo sus yemas. Los fresnos están más adelantados al igual que los sauces y los espinos y el verde claro de sus primeros brotes se funde con el más oscuro de la abundante hierba que ha propiciado el lluvioso invierno que hemos tenido este año

        Me he adentrado en la finca de Las Cañadas. Aquí la rivera se extiende por un ancho valle y cerca de él veo una moderna y amplia casa rodeada de diferentes corrales también de reciente construcción. La dejo de lado y sigo la corriente del arroyo mientras esta vuelve a retozar entre las de nuevo abundantes peñas. Paso junto a una pequeña presa pero no encuentro el  molino correspondiente pues esta construida solamente para retener el agua durante el verano. Aunque ya anteriormente he visto bastantes, en esta zona rocosa numerosos galápagos se van arrojando al agua cuando mi inesperada presencia los despierta de su placido y necesario sesteo al calor del  sol gratificante que sortea las escasas nubes.

          Entre peñas llego a los aledaños de La Cabeza de Famontanos. Podría acercarme a tomar una cerveza al bar del amigo Juan y a sacar algunas fotografías del pueblo pero decido dejarlo para otro día. Ahora me limito a plasmar la silueta de su iglesia destacando a lo lejos sobre el horizonte. Paso junto a dos antiguas puentes bien conservadas y luego llego hasta la carretera de Trabanca que pasa sobre un puente ya más moderno. Es la una del mediodía y continuo mi camino bordeando el casco urbano siguiendo el cauce de la rivera. Veo los restos de dos antiguos molinos de los que solamente quedan restos de las represas confundidos entre las zarza y los sauces. Luego otras dos puentes de piedra y tras pasar la carretera que va hasta Villarino de los Aires, me encuentro con una muestra de la falta de sensibilidad estética a la hora de construir los caminos que se hicieron durante la reciente concentración parcelaria de La Cabeza: Para cruzar el cauce del agua se construyó un vulgar puente de tubos de hormigón al lado mismo de una antigua puente de piedra, seguramente la mas grande de toda la rivera. El resultado no solamente ha sido el impedir la contemplación de la belleza de esta última, sino que, desgraciadamente, entre la fuerza con que sale el agua por los tubos y la que tiene cuando los desborda durante las crecidas, se ha terminado por derruir la mayor parte de ella.

         La tristeza con que me aparto de esa zona no me impide distinguir como más abajo hay una gran manada de vacas pastando al lado mismo del agua. Ello me obliga a separarme del cauce y atravesar la finca en que se hallan por los tesos. Esta finca ha sido cercada recientemente y a medida que me adentro en ella puedo comprobar otro fenómeno que trae consigo la concentración parcelaria y que pronto podremos ver en nuestro pueblo. Las viejas paredes de las antiguas fincas estorban a los nuevos propietarios. Por ello han de ser quitadas y almacenados sus restos en grandes montones. Además hay empresarios que compran las más planas y llenas de musgo. Estas suelen ser las alzas, es decir las que refuerzan la parte superior de las pareces e impiden que se caigan. Esta fase de destrucción de las antiguas y bellas cercas de piedra  es la que me voy encontrando a mi paso. Ello le da al paisaje un cierto aspecto de devastación que me hace apurar el paso. Además el rodeo que he tenido que dar ha retasado mi intención de comer y cuando vuelvo de nuevo a la rivera son ya las tres menos cuarto de la tarde.

         No pienso comer en cualquier lugar pues este es uno de lo momentos más gratificantes de cualquier caminata. No tardo en encontrar un sitio ideal ya que he llegado hasta una vieja puente de piedra en un pequeño valle y al abrigo de varios matorrales que me resguardan de la pequeña brisa que se ha levantado. Esta es una puente bastante grande y su belleza está acentuada por el musgo que la cubre, resultado del largo tiempo que no se usa pues el camino que llegaba hasta ella ya no existe. Me descalzo y sentado sobre una de las losas que cubre sus vanos apoyo mis pies en el musgo de las piedras del machón que se hunde en el agua y me presto a despachar mis viandas. Chorizo, salchichón y queso descansan sobre la improvisada mesa en medio de la corriente. A su lado la bota de vino que guardo como oro en paño y que al igual que el agua no he probado en todo el camino. Disfruto comiendo y lo hago lentamente como si fuera una ofrenda a la naturaleza que me rodea. En realidad este rito lo que hace es producirme una sensación de sueño que me invita a apoyar mi espalda sobre la fresca losa para disfrutar de una placida siesta. Permanezco así apenas unos veinte minutos pero el sosiego que se respira, el murmullo del agua que discurre bajo mis pies, el susurro de la brisa entre las ramas y el canto de los numerosos pájaros me hace olvidar por un momento de cualquier cosa ajena a ese momento de felicidad.

        Pero he de continuar mi camino y ya son la cuatro menos cuanto. Cuando me incorporo veo con asombro que allá a lo lejos hay una peña que me está mirando. Tomo los prismáticos y observo que,  en el horizonte hacia el termino de Trabanca, sobresale la silueta de una extraña figura de granito. Me dirijo hacia ella y a medida que me acerco se me asemeja cada vez más a una extraña tortuga que alzase su cuello para mirar a la lejana puente en la que me detuve para comer. Saco algunas fotografías y ya a provecho para levantar algunas piedras con el fin comprobar si, como supongo, en está zona hay alacranes. No tardo mucho en hallar uno pero, además y en poco espacio de terreno, descubro una salamanquesa , un pequeño sapo y una mamacabras. Lo que me extraña es no haber visto en todo el recorrido ninguna culebra y solamente un lagarto. Supongo que se deberá a que aun no han terminado de despertar del largo y húmedo invierno, pues estoy seguro que tiene que haber bastantes de esos reptiles en este paisaje que presenta unas características idóneas para su proliferación.

             Después de intentar fotografiar a una collalba rubia, pájaro que antes no conocía y que cada vez veo con más frecuencia, retorno hasta la rivera y siguiendo su cauce llego hasta otra bien conservada puente junto a la que un enorme sauce comienza a cubrirse de las hojas que poco a poco irán ocultando los pequeños y erizados frutos en que  han ido transformándose las  flores aterciopeladas que dan a estos árboles, cuyas raíces  gustan de enterrarse bajo el arroyo, un característico color verde apagado que es el primero que anuncia la primavera entre lo arbustos que crecen junto al agua. A partir de aquí, esta retorna a sortear las abundantes peñas y no se remansa hasta que llega a la presa de un nuevo molino. De una puente que hubo antes de llegar al piélago ya solamente queda uno de los pontones. Tampoco el molino, estratégicamente construido frente a un peñascal, ha salido bien parado de su enfrentamiento con el agua y una de las últimas crecidas ha derribado una de sus esquinas y parte de la pared más cercana al agua, dejando a la vista el asiento de la piedra de moler y el exterior del cilindro sobre el que se apoya. De todas formas ya le faltaba el tejado y, consecuentemente, toda su estructura interior de madera. Compruebo que hay una característica que distingue a este molino y que consiste en el arco ojival que se ha construido, de una manera muy rudimentaria, en la salida del aliviadero. No recuerdo haber visto ninguno otro en la zona.

            A partir de aquí y durante un gran espacio de tiempo camino por un largo valle casi desprovisto de rocas hasta que llego a la carretera que une a los pueblos de La Cabeza y de  Pereña. El puente por el que pasa la carretera lo llaman el Nuevo aunque ya no lo es tanto. Tiene dos arcos, uno mas pequeño que el otro. Ha sufrido una reforma en al que se puede apreciar dos formas diferentes de hacer. Se ha ensanchado la carretera y debido a ello se amplió toda la estructura. Pero mientras la antigua era de sillares de granito, la moderna consiste en unas grandes chapas de hierro galvanizado que han servido como soporte para hormigonar con cemento. luego se ha chapeado con lajas de piedra la parte de aquel que quedaba a la vista.

         Junto a este puente se hallan los restos de otro viejo molino del que aun quedan las paredes en pie y la presa casi intacta. Después el agua continua tranquila durante unos cientos de metros hasta que definitivamente se angosta entre las rocas en un lugar que me pareció el mas interesante de todo el recorrido. Aquí hay otro molino del que ya solamente quedan las paredes. Pero junto a él veo uno de los puentes que más han sorprendido de toda la comarca. No comprendo como no he sabido antes de su existencia y creo que debe ser conservado como una verdadera joya de la arquitectura popular. Tiene dos arcos de medio punto, uno un poco mayor que el otro. Estos están construidos a base de sillares pero su factura es muy rudimentaria, tanto en su tamaño como en la terminación de las esquinas y el abujardado, hasta el punto de que algunas dovelas parecen verdaderas lajas de granito colocadas en bruto.

         Continuo caminando hasta el termino de La Peña hacia lugares que ya he andado en otras ocasiones. Se que pronto llegaré a un paraje cuyo atractivo reside en las pequeñas cascadas y rápidos que se forman al salvar la rivera un mediano desnivel. Se han formado algunas hoyas y el agua resbala hacia ellas extendiéndose sobre las alisadas lastras del lecho y formando bellas cortinas de agua.

        Pero antes he pasado junto a otro antiguo molino del que solamente quedan algunos restos. Cerca de él también se halla la escombrera de una abandonada mina que por los montículos de material que aun quedan esparcidos a su alrededor debió ser de extracción de cuarzo.

         Desde esta zona ya puedo ver a lo lejos la extraña silueta de la Peña Gorda y me dirijo hacia ella, dejando a mi derecha la rivera de La Cabeza, pues tengo que dar por concluida la jornada dirigiéndome en línea recta hasta Cabeza del Caballo si quiero llegar antes de que sea de noche. Serán las ocho y media de la tarde cuando esto ocurra y habré caminado a lo largo de todo el día treinta y algunos kilómetros.

 

 

Mapa activo de la Rivera de la Cabeza (I)