TORMES

El    El día 20 de Abril Manolo "Zapatero" y yo habíamos decidido hacer una marcha especialmente dura. Nos levantamos a las ocho y a las nueve ya habíamos dejado un coche en la Presa de Almendra y nos dirigíamos con el otro hasta la desembocadura del Tormes en el Duero a unos cientos de metros de la Presa de La Bemposta. Las copiosas lluvias de este año y la cantidad de barro arrastrado por el Duero y sus afluentes se han hecho notar especialmente en la desembocadura del Tormes. El reculaje de la presa de Aldeadávila se ha adentrado unos dos kilómetros en el cauce de éste y esa circunstancia ha marcado toda la orilla matando la vegetación arbustiva pero respetando los grandes árboles. Comenzamos a andar por la margen zamorana del río. En un principio seguimos pequeños senderos observando que somos los primeros que los pisamos este año. Sin embargo estos pronto desaparecen y nos vemos obligados a continuar al lado mismo del cauce del río o subiendo y bajando antiguos bancales abandonados.

        De las zonas que conozco de Los Arribes ésta es la que más sensación da de desolación y abandono y por ello presenta una naturaleza más agreste. A medida que avanzamos tenemos la sensación de adentrarnos en unos parajes que pocas personas han pisado en los últimos años.Ni siquiera encontramos restos de algún tipo de pastoreo que, en todo caso, solamente podría ser de cabras.

        Estamos entre Villarino y Fermoselle. En ambas orillas del Tormes hace años que en muchas de estas zonas se han abandonado los cultivos. Los viejos bancales que antiguamente albergaban olivos ,almendros o viñedos, han sido invadidos por todo tipo de árboles ,arbustos silvestres y maleza. Pero también la monotonía paisajística de aquellos cultivos se ha transformado en una alfombra multicolor donde el verde en todas sus tonalidades se mezcla con el rojo de los hojaranzos, el amarillo de piornos y genistas, el blanco de la flor de la retama. De ese vistoso manto asciendan enormes bloques de granito una veces formando figuras caprichosas otras creando verdaderas montañas entre cuyos riscos ascienden majestuosos buitres, alimoches y tal vez algún águila real que ,desgraciadamente en esta ocasión no hemos podido ver.

       

  En el fondo del valle el Tormes desciende domesticado. Solamente los grandes y profundos piélagos nos recuerdan que antaño era un río caudaloso. Actualmente solamente una pequeña corriente de agua se deja escapar desde la presa de Almendra. Al contrario de lo que se pudiera pensar,  su rivera ha ganado en belleza desde que se construyera la presa,  ya que un río caudaloso como éste, cuando no discurre por llanuras, tiende por naturaleza a descarnar sus orillas debido a la gran diferencia entre caudales máximos y mínimos a lo largo del año. Actualmente, al estar regulado de una manera constante el aporte de agua a partir de Almendra sus orillas se han iodo poblando de todo tipo de árboles y arbustos mas propios de los valles de los  pequeños arroyos que le entregan sus aguas pero de una frondosidad que hace casi imposible transitar al lado mismo del cauce. La tranquilidad del agua ha permitido que allí arraiguen enormes chopos,  vetustos fresnos, moreras, hojaranzos, quejigos, moreras, arces, espinos, higueras...

        De vez en cuando viejos y derruidos corrales, pocilgas, apriscos, cabañas de pastores o de viñedos, nos recuerdan que a estas escarpadas laderas no hace mucho que se les arrancaba sus frutos a base de esfuerzo y tesón. Es curioso observar como las paredes que separan las pequeñas parcelas, las de los cercados del ganado, o las de las cabañas, tienen un grosor enorme y desde luego innecesario. La explicación hay que buscarla en la necesidad de despejar de piedras los pocos espacios medianamente llanos donde pueda crecer el pasto para el ganado o, mediante bancales, plantar los frutales. El resto de piedras que no se utilizan con esos fines se amontonan sobre las peñas creando cobijos ideales para culebras, lagartos y lagartijas. Curiosamente entre estos y pese al abandono de la actividad humana, solamente es abundante la lagartija de vientre naranja que en Cabeza del Caballo se denomina "mamacabras".Este nombre obedece, como os podéis imaginar, a la falsa creencia de que estos pequeños reptiles asciendan por las patas de las cabras para beber de sus ubres.

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