Cabeza del Caballo

LA MATANZA

24/11/2013, por Cata


En invierno, cuando los rigores del clima se hacen extremos, tiene lugar uno de los ritos más arraigados en la tradición salmantina: la matanza del cerdo. Este acontecimiento marcó durante años el ritmo de la economía familiar, pues de dicho animal, vivían casi todo el año.
Esta tradición poco a poco está desapareciendo y nuestros nietos van a saber de ella a través de los documentales de la 2 ó de las fiestas que se están comenzando a celebrar en los pueblos como matanzas tradicionales, para que las tradiciones sigan en nuestra memoria.
Para los que tenemos una edad, esta época nos trae recuerdos, como el olor y sabor de estas fechas. Ya por la mañana te levantabas con el gruñido de los pobres cerdos, el olor a lumbre, a las hogueras con que se chamuscaban los cerdos, el despiece del animal por el experto matarife, las mujeres lavando las tripas en el regato o en los pozos de los huertos cercanos, yo recuerdo en especial cuando acompañábamos a nuestras madres y abuelas a acarrear el agua del pozo del lejío, mientras ellas las lavaban en el regato.
Recuerdo las noches, cuando mientras los mayores escarnaban y adobaban, los niños nos entreteníamos en la hoguera que hacíamos a las puertas de las casas, asando castañas, membrillos ó tirando los cacharros a las casas donde también había matanzas, que entonces era, una casa si y otra también, esto consistía en tirar piedras a las puertas y escapar para que no te cogieran, algo inimaginable es estos tiempos, también nos divertíamos intentando poner una tripa hinchada a la espalda de algún despistado para que la pasease por el pueblo y ser causa de mofa (el muñeco del inocente que se usa hoy el día de los Inocentes pero aquí usábamos una tripa).
Recuerdo las horas que pasaban nuestras mujeres (ya que este era un trabajo de mujeres) haciendo los chorizos, metiendo los lomos, porqueros, morcillas, farinato, toda clase de embutidos que luego degustábamos durante todo el resto del año.
Recuerdo, en las noches de matanza cuando ya la faena de ese día había terminado, las reuniones de toda la familia después de la cena, tomando un café con dulces y una copita de aguardiente, jugando a las cartas o simplemente escuchando las historias de nuestros abuelos.
Estos días de noviembre y diciembre, a los que hemos tenido la suerte de nacer y vivir nuestra infancia en el pueblo, nos trae recuerdos y sensaciones que poco a poco van quedando solo en nuestra memoria





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